domingo, 30 de marzo de 2014

La ciudadanía como emancipación


Nos hemos acostumbrado a vivir en democracia: para muchos de nosotros el entorno que recordamos es el de una sociedad que puede elegir a sus representantes votando y el saber que por ser ciudadanos tenemos unos derechos que deben respetarse. La cuestión es que esta noción de ciudadanía que pretende universalizar una idea de hombre y una serie de derechos humanos inclusivos, parece que últimamente  se está convirtiendo en un motivo de exclusión de los que consideramos como otros o no ciudadanos; ya sea a través de vallas, muros fronterizos o decretos de expulsión de parados y de derechos de ciudadanía en algunos países europeos.

El concepto de democracia debería aún tener, como expone el filósofo francés Jacques Rancière, un significado revolucionario claro y preciso que remite a la acción de y por los excluidos, a la lucha por los "sin parte"; en la lógica que la igualdad entre seres humanos sea la base de la conformación de una comunidad política. El reconocimiento de la Humanidad, de que lo que esencial es que somos seres humanos iguales y detentores de una dignidad inalienable, debería ser la idea de hombre que guíe una definición de ciudadanía inclusiva donde la soberanía este aún en el pueblo que la detenta y sus representantes cumpliesen el mandato de quienes los han elegido.

El pasar del concepto de Ser Humano al de Ciudadano con derechos lleva implícito al mismo tiempo la idea de exclusión: la de los que no forman parte de nuestro Estado o comunidad, la de los que intentan saltar vallas o muros para tener una mejor vida o por estar sin trabajo durante meses pueden ser expulsados de un país europeo. A veces desde la distancia esto nos resulta molesto pero no es sino un signo de la violencia implícita en la que a veces se sustentan los ideales de nuestra sociedad. Sino contemplamos al hombre particular, sus necesidades o dignidad y nos dejamos llevar por ideas de hombre y ciudadanos ideales nos alejaremos cada vez más de lo que una sociedad democrática debe representar.

Esto adquiere aún más relevancia si añadimos el hecho que hemos dado aún otro salto al vacío: dejando seguramente ya de ser ciudadanos, para pasar a ser meros clientes arrastrados por un sistema económico que predomina como forma de organización social. Asimilamos, sin pensarlo mucho, democracia a sociedad de consumo: en la cual se esta ejerciendo por parte de los diferentes poderes económicos una dominación simbólica que modifica los deseos de los individuos para buscar un status y adquirir lo que desde el punto de vista económico interese. Parece que ahora la carta de ciudadanía la da únicamente el ser capaz de consumir, de participar en el espectáculo consumista que nuestra sociedad ha pasado a ser.

Nuestro sistema económico se ha convertido en estructuralmente violento, excluyendo de una ciudadanía digna a los que no son capaces de conseguir un trabajo o consumir. Además hace que proyectemos ese malestar o violencia contra nosotros mismos, inaugurando una sociedad terapéutica: donde la medicación y la terapia personal debe resolver unos males que lejos de ser estructurales parecen que solo nos pertenecen a nosotros como individuos, no capaces de ser parte activa del engranaje económico y que solo nosotros debemos solucionar.

Lo que nos queda como seres humanos comprometidos con los ideales democráticos es el ejercicio de la emancipación: manifestar por todos los medios posibles la indignidad de quien alza muros o excluye personas de países por el mero hecho de no poder consumir o tener un trabajo. Dar voz al malestar de quien sufre por nuestro sistema económico o no es reconocido como igual de derechos a nosotros.  Y finalmente ser conscientes de que el ser humano concreto: su dignidad e igualdad están por encima de cualquier ideal de sociedad o ciudadanos de éxito que nos quieran imponer. Hagamos pues de nuestra ciudadanía un ejercicio de emancipación inclusiva por los demás.



domingo, 23 de marzo de 2014

El espíritu profesional: la diligencia como libertad.


Confrontar la realidad no suele ser una tarea sencilla: ésta es en muchas ocasiones a primera vista áspera, rugosa y tremendamente azarosa. Encontrarse cómodo en el análisis de la realidad resulta pues difícil ya que lo fácil es dejarse llevar por vías de escape como el sueño, la ficción, lo utópico o por simbolizaciones que normalicen o se apropien de esta realidad a conveniencia de unos pocos. Pero existen algunas corrientes de pensamiento que siguiendo la máxima latina: Amor veritas, amor rei ,amar la verdad es amar la cosa, no solo se sienten a gusto en este análisis directo sino que proponen formas de organización para poder transformarnos a través de la realidad objetiva que nos toque vivir.

El filósofo Antonio Escohotado nos expone en su pensamiento que hay que amar la realidad y su poder transformador y que uno de los grandes avances de la humanidad ha sido el comercio como forma de establecer acuerdos provechosos entre hombres y pueblos, y cambiar así hacia sociedades más prósperas. El comercio es la alternativa a la Fe y a la conquista; el comercio es jurídico y el derecho de conquista en cambio es la violación de cualquier ley de magistrado y ciudadanía.

Escohotado defiende el comercio ante sus enemigos: el mercado es la autonomía de la voluntad, no forzar a comprar y vender y que el precio sea fijado libremente. El odio al comercio y los comerciantes es odio hacia lo que el mercado trae consigo: la incertidumbre, la suerte, y el mérito; el dinamismo transformador que no reproduce sino que crea e intenta mejorar las condiciones de vida.

Ser Occidental para Escohotado significa de alguna manera tener sitio en el corazón para un altar donde lo venerado es la igualdad humana, principal motivo de orgullo para nuestra cultura. Dejar que el otro sea libre es la gran asignatura pendiente de la humanidad. Algunos tratan de limitar ese principio inviolable a un trato no discriminatorio por parte de las leyes y reclaman una igualdad jurídica compatible con las más amplias libertades. Otros, para Escohotado, llevan veinte siglos abogando por abolir compraventas y préstamos para defender a quienes obtuvieron peores cartas, son incapaces de autogobernarse o sencillamente no están dispuestos a tratar la vida como un juego, aunque sus reglas sean claras. Tratan de transformar así lo privado creador en común normalizado, expoliando y  limitando libertades.

Uno de los grandes elementos transformadores de la sociedades y dignos de elogio para Escohotado es el espíritu profesional: es la maestría socialmente conveniente, saber buscarse a sí mismo hasta encontrar algo que sabían hacer mejor que los demás, que era útil para el prójimo y que, por tanto, alguien podía y quería pagar. Esta diligencia en el trabajo es lo que define a los sabios, artesanos, a los profesionales y a los empresarios y de la cual vive ahora el mundo próspero . El triunfo económico de estos es la expresión de haber tenido éxito en un empeño vocacional y esto es lo que da consistencia última a estas iniciativas individuales. El problema de nuevo para Escohotado son los enemigos del comercio en el intento de domesticar colectivizando estas iniciativas y eliminar así  esa pasión individual que es capaz de transformar el mundo.

Hay pues que intentar amar la realidad y su poder transformador por muy rugosa que sea: con ese espíritu profesional de diligencia, pasión y entusiasmo en el esfuerzo abriéndonos a la incertidumbre, la suerte y el mérito que es la base de nuestra libertad. Aprendamos que estas son las reglas del juego de la vida al que todo jugamos: amemos la verdad, amemos la realidad.



miércoles, 12 de marzo de 2014

La buena vida y la felicidad: la autodeterminación como libertad


Cuando nos preguntamos sobre qué significa llevar una buena vida o ser feliz damos por descontado que ambos términos tienen el mismo significado o son equivalentes pero es quizás importante distinguir entre la Felicidad como algo privado y psicológico y los elementos básicos que permiten llevar y construir una buena vida, los cuales deberían proporcionarlos nuestro entorno y el sistema económico, normalmente a través del Estado.

El sociólogo Richard Sennett nos convulsiona al decirnos que el Capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil hacia la construcción de la vida. Así, en el antiguo Capitalismo corporativo de mediados de siglo XX podías sufrir injusticias pero construirte una vida. En los últimos veinte años el Capitalismo se ha convertido en algo inhumano destrozando en sus crisis recurrentes miles de proyectos vitales, que quedan difuminados en una precariedad que acaba corroyendo el carácter de los trabajadores ante una falta de perspectiva de carrera profesional o las nuevas formas de temporalidad y flexibilidad salvaje.

Desde una visión que ahora se antoja utópica, la buena vida que debería proporcionar el Estado estaría basada en elementos básicos como:
  • la salud, seguridad física y económica: la renta básica adquiriría aquí un sentido de mínima, seguridad vital ante los golpes que nuestro sistema económico recurrentemente nos va a  ir dando,
  • libertad para actuar con autonomía,
  • lazos afectivos con los demás y ocio.

Con seguridad lo importante actualmente es volver de nuevo hacía lo que verdaderamente vamos a poder controlar: que es nuestra propia Felicidad. Como nos expone sabiamente el filósofo francés Michel Foucault debemos ocuparnos de nosotros mismos: entender lo que pensamos, sentimos o hacemos como elementos de la comprensión global de la que formamos parte. Entender la vida como una obra de arte, como un estilo de existencia, como un trabajo sobre uno mismo. El yo es una invención. El sujeto debe construirse, no descubrirse.

Vivimos en una sociedad de logros: pretenden que seamos lo que tenemos, parece que somos lo que nos pasa exteriormente pero la felicidad debe ser una construcción de uno mismo desde el interior. Esto nos ayudará a ser libres en el sentido de no esclavizarnos a nuestras pasiones. Nos permitirá distanciarnos de ellas. No nos miramos a nosotros mismos, miramos el mundo para conocerlo y así conocernos. De esta manera construimos una identidad, un estilo de vida, una estética de la existencia que podemos compartir con los demás.

Como exponen algunos filósofos como Lluís Roca: la base de la libertad no es la indeterminación sino la autodeterminación. Es libre el que se autodermina, el que se determina por sí mismo. No deben determinarnos los otros cuando nos intentan dominar decidiendo por nosotros a través de la servidumbre voluntaria, ni tampoco las pasiones cuando nos dejamos llevar por los impulsos. 

Para Lluís Roca la libertad interna implica un trabajo en tres aspectos:
  • El primero es la consciencia: saber lo que nos pasa y porque nos pasa, saber lo que queremos y porque lo queremos;
  • El segundo aspecto es la voluntad: es poder hacer. Es la capacidad de transformar la intención (acto mental) en decisión (acto físico);
  • El último aspecto es el autodominio: no ser un esclavo de uno mismo, de las propias pasiones.

Capacidad de consciencia, voluntad y autodominio conforman nuestro trabajo para autodeterminarnos y forjar un carácter que nos haga felices. Y este trabajo es una cuestión que depende de nosotros a pesar de que en algún momento las circunstancias externas no nos permitan llevar una buena vida. Marco Aurelio ya sabiamente nos recomendaba: "Talla tu máscara": construye tu yo, tu carácter y hazlo de la mejor manera posible. Eso afortunadamente siempre estará en nuestras manos como artesanos de nosotros mismos.



lunes, 3 de marzo de 2014

Ego: el Big Data como nuevo juego capitalista


Aunque nos parezca que pase desapercibido entre la multitud de impactos que recibimos diariamente, detrás de toda esa acelerada dinámica, lo que en el fondo esta haciendo el sistema capitalista para crecer y sobrevivir es generar su propio modelo antropológico y cultural: el hombre económico egoísta a la búsqueda de intereses privados.

La nueva forma de subjetividad tiene como objetivo la autosuficiencia personal: ser notorio, el manager triunfador de sí mismo; regida por los principios de la utilidad, de racionalización y de resultados inmediatos, encuentra en internet un mundo de posibilidades al alcance de este modelo antropológico que ahora se ha impuesto a otros modelos anteriores como el cooperativo.

El periodista y doctor en filosofía alemán Frank Schirrmacher expone en su obra Ego, las trampas del juego capitalista que vivimos en un estado permanente de subasta. Toda nuestra biografía, los logros conseguidos, nuestros sentimientos...todo se evalúa  en un constante "Me gusta". Los modelos mentales económicos han conquistado el resto de ciencias sociales, y la absurda idea que "el ser humano" es egoísta se ha convertido en algo así como una ley natural.

Para Schirrmacher vivimos conectados a esas premisas, desde la genética hasta la moral, desde las altas finanzas hasta la cuenta de Facebook o Twitter; extendemos los criterios de eficiencia a lo social (el pensar, escribir, comunicar...). Todo ha quedado reducido a la teoría de la elección racional, del propio interés. Una tesis cuyo origen se remonta a la teoría de juegos y la Guerra Fría, y que no sólo no funciona, sino que ha sido manipulada para ser aplicada en beneficio de mundo financiero y en contra de las teorías basadas en modelos cooperativos.

Nos hemos visto arrastrados al interior de un sistema de pensamiento y comportamiento que nos enseña que es razonable ser egoísta. Esto es lo nuevo. El truco para Schirrmacher consiste en vendernos la operación, no como una ideología, sino como parte integrante de la tecnología. Vivimos el triunfo del neoliberalismo autoprogramado en la técnica. La premisa decisiva dice: "cada uno solo piensa en sí mismo".

Este homo oeconomicus o egoísta piensa siempre que su ventaja en los mercados se ha convertido en norma. Aparece paralelamente el doble digital, es decir, esa copia de nosotros reducida a la matemática del egoísmo, y que además se ha emancipado: siendo éste la suma de huella digitales que dejamos al interactuar en internet, es nuestro nuevo Ego: lo que define quiénes somos realmente. Convirtiendo a su vez esas aplicaciones móviles y nueva tecnología en instrumentos de nuevas normativas sociales a seguir para estar a la moda.

Además para Schirrmacher la ideología de la época afirma que nadie dice lo que desea en realidad. Esta desconfianza anida en el corazón del sistema y de ahí la aparición del Big Data como medio que, a través de nuestra huella digital, intenta conocer quienes somos realmente en este nuevo juego capitalista. Desde el punto de vista político, la delegación de decisiones a las máquinas, vía Big Data, promete un análisis más racional y una gestión más eficaz de lo real al precio de la abdicación de la comprensión humana de los fenómenos y provocando a su vez una disminución del empoderamiento de la ciudadanía al dejar las decisiones a los especialistas. Si con el Big Data todo es probabilidad y correlación: ¿que nos queda? ¿Dónde quedan la creatividad, la intuición, la ambición intelectual?.

Finalmente lo apocalíptico para Schirrmacher es que cada vez desaprendemos que existen cosas que son válidas aunque el mercado las condene, aunque no se pulse el botón de "Me gusta". La teoría política alemana de democracia "acorde con el mercado" no es ni siquiera un mercado libre al estilo del modelo liberal de Hayek. Cabría preguntarse si la economía de datos no conduce a formatos cada vez más potentes de un economía planificada por unos pocos agentes (Google, Facebook , Twitter...) y de los cuales nuestros egos y vidas dependen cada vez más.

Tenemos que demostrar de nuevo que la cooperación es posible y a la vez que nuestros abuelos consiguieron  humanizar la Primera Revolución Industrial debemos intentar transformar nuestro mundo de datos y máquinas digitales de acuerdo con modelos de una sociedad justa y social. Humanicemos pues esta revolución digital o nuestros dobles egos egoístas digitales serán quienes determinen realmente quienes somos.