lunes, 6 de enero de 2014

Pensamiento radical: los límites morales del mercado

Ser radical tiene hoy en día una connotación negativa pero en el fondo quizás se trate de una necesidad cada vez más acuciante ante la situación actual de crisis de la sociedad en la que vivimos. Ser radical es ir sin cortapisas a la raíz de los problemas; ser crítico y buscar los límites que conforman las cosas para así poder no sólo entenderlas mejor, sino también ser capaces de cambiarlas. Y esto es una actitud que hay que cultivar día a día como forma de comprometerse a mejorar con lo que nos rodea.

Una de las cuestiones que más debate debería generar, y con la que deberíamos ser radicales, es la situación actual de nuestro sistema económico de economía de mercado y como está influyendo y marcando gran parte de nuestros aspectos sociales. Las implicaciones normativas de la economía, la intromisión de los mercados, y del pensamiento orientado a los mercados, en aspectos de la vida tradicionalmente regidos por normas no mercantiles es uno de los hechos más significativos de nuestro tiempo.


Como expuso el economista Karl Polanyi en su obra "La gran transformación": en las sociedades en el que reina a sus anchas el mercado autorregulador, la sociedad permanece prisionera de las relaciones económicas. Para Polanyi el liberalismo económico promueve un sistema de excepción radicalmente pernicioso que atenta contra los fundamentos mismos de la sociedad, contra la sociabilidad en cuanto a tal.

Polanyi considera al sistema capitalista una anomalía histórica. En todas las sociedades antiguas, aunque hubiera mercado, los seres humanos se habían mantenido respetuosos con las reglas de la reciprocidad, redistribución, solidaridad y obligaciones comunales; sin embargo, la revolución industrial provoca una "gran transformación" destruyendo de forma irreversible aquellas formas de interrelación. El sistema capitalista no es un resultado "necesario" o "natural" de la evolución social sino que tiene que ser impuesto violentamente por el aparato del Estado a petición de las clases burguesas y mercantiles.

Los procesos económicos logran institucionalizarse rompiendo las fuerzas históricas de reciprocidad, redistribución y de intercambio utilizando a la sociedad como rehén. Las señales que los precios envían a los individuos racionales es que el ansia de beneficio prevalece sobre la religión o la cultura, incluso en las comunidades más tradicionales. El dilema solo puede resolverse si es posible reducir las normas sociales que gobiernan sociedades enteras a los actos de individuos movidos por el interés propio. Los mercados modernos y las estructuras sociales están en conflicto, y allí donde los mercados se expanden se producen convulsiones sociales.

Otro de los pensadores que recientemente ha analizado las consecuencias normativas y los límites morales del mercado es el profesor de Filosofía Política de Harvard Michael J. Sandel: nos expone en su libro "Lo que el dinero no puede comprar ", que se ha pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado, a permitir que la fría lógica económica guíe el rumbo en situaciones en las que la ética y la moral deberían pesar más. Cuando decidimos que ciertos bienes pueden comprarse y venderse, decidimos, al menos de manera implícita, si es apropiado tratarlos como mercancías, como instrumentos de provecho y uso. Pero no todos los bienes se valoran propiamente de esta manera. Introducir un factor monetario en un escenario no mercantil, pagar  por ejemplo a los niños en las escuelas por leer libros, pagar por donar sangre, dar prioridad en las colas a la gente que tiene un pase pagado vip, puede cambiar la actitud de la gente y desplazar los compromisos morales y cívicos.

¿Por qué debe preocuparnos que vayamos hacia una sociedad en la que todo está en venta? Por dos motivos principales: uno es la producción de desigualdad, y el otro la corrupción. En una sociedad en la que todo está a la venta, la vida resulta difícil para las personas con recursos modestos. No tienen las mismas opciones de acceder incluso a servicios básicos como la salud y la educación provocando  las convulsiones sociales de las que hablaba ya Polanyi.

En segundo lugar, para Sandel mercadear con las cosas las corrompe: corromper un bien o una práctica social significa degradarlos, darles un valor inferior al que les corresponde. Los mercados tienen una tendencia corrosiva. Poner un precio a las cosas buenas de la vida puede corromperlas. Porque los mercados no solo distribuyen bienes, sino que también expresan y promueven ciertas actitudes respecto a las cosas que se intercambian.

Los economistas a menudo dan por supuesto que los mercados son inertes, que no afectan a los bienes intercambiados. Pero esto no es cierto, los mercados dejan su marca. Parte del atractivo del mercado estriba en que no emiten juicios sobre las preferencias que satisfacen. No se preguntan si ciertas formas de valorar son más nobles o dignas que otras. Si alguien está dispuesto a pagar, por un órgano vital por ejemplo, y otro está dispuesto a vendérselo, la única pregunta que el economista hace es: ¿cuánto? Los mercados no reprueban nada. Y en ocasiones los valores mercantiles desplazan a valores no mercantiles que merece la pena proteger (como la reciprocidad, la solidaridad,...).


Sandel propone que hemos de decidir dónde no debe mandar el dinero: sobre ciertos bienes (salud, educación, vida familiar, naturaleza, deberes cívicos, etc.) debemos saber cómo valorarlos y dejarlos fuera del mercado. Se trataría de cuestiones políticas y no meramente económicas. Se debe debatir, caso por caso, el significado moral de estos bienes y la manera adecuada de valorarlos.

Para Sandel la solución a esta invasión  problemática de los mercados puede resultarnos radical pero se deriva claramente de un pensamiento crítico elaborado: debemos quitarles a los economistas el monopolio de la economía y devolverla al lugar donde surgió: a la Filosofía moral de donde nunca debería haber salido. Seamos pues radicales, al menos, como actitud intelectual de compromiso para mejorar el mundo en el que vivimos.











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