viernes, 21 de junio de 2013

Ejemplaridad Pública: la necesidad de nuevos ideales


Una de las sensaciones que se manifiesta con mayor intensidad en la época de desestructuración que vivimos es seguramente la pérdida de referencias individuales: las actuaciones de  parte de nuestros representantes públicos han sido objeto del legítimo cuestionamiento por parte de la ciudadanía. Podemos decir que no han sido actuaciones ejemplares. Nuestro tiempo pasa ahora por convertirse desgraciadamente en un época sin referentes. Pero, debemos pues resignarnos a esta situación o, podemos en cambio, proponer alternativas de comportamiento que dignifiquen y orienten no sólo nuestras acciones, sino también el ideal a perseguir como sociedad.

El escritor y pensador Javier Gomá es uno de las personas que han realizado una reflexión más afinada en su obra sobre el concepto de ejemplaridad pública. Así, expone que la separación entre la vida pública y la privada, aunque desde el punto de vista estrictamente legal es una parcelación de la vida legítima, en cambio no lo es desde el punto de vista moral ya que permite comportamientos privados que no aprobaríamos en un espacio público. La famosa fábula de las abejas de Mandeville, en la cual vicios privados son virtudes públicas, no sería admisible.

Debemos reconocer que si adoptamos una amplia perspectiva temporal histórica, afortunadamente vivimos en la mejor de las épocas conocidas : uno de los grandes logros de la democracia ha sido el establecimiento de unos principios básicos de igualdad y libertad que como dice Gomá, en positivo han permitido una vulgarización social: el vulgo, que lo domina todo, es libre, igualitario y nivelador. No deberíamos asociar siempre vulgaridad con mal gusto porque uno de los pilares básicos de la democracia en las sociedades abiertas ha sido la igualación en libertad de sus ciudadanos. Esta nivelación, sin duda, ha traído también prácticas que quedan lejos de lo que antiguamente era considerado como virtuoso.

Gomá nos continua diciendo que el cumplimiento de la ley en nuestra vida no es suficiente sino que hay que utilizar el concepto de ejemplaridad. Debemos simplemente hacernos la pregunta:¿Qué tipo de persona eres? ¿Se puede confiar en tí? La respuesta es sencilla: simplemente hay que ser una persona digna de confianza. ¿Cómo hacerlo? Los valores como por ejemplo la honestidad o el respeto a la dignidad de los demás en el fondo se aprenden mucho más dando ejemplo práctico de ellos que en los grandes discursos escritos en sesudos manuales.

Ser ejemplar para Gomá es haber pasado de una fase estética adolescente y pasar a una fase ética donde se han desarrollado dos especializaciones: la del corazón, a través de la creación de una familia y la posible reproducción; y la del trabajo con el desarrollo de una actividad de producción y utilidad social. Ser ejemplar es dejar de autopertenecerse para servir y pertenecer a los demás. Y en una sociedad donde las relaciones mútuas e interacciones son enormes y en diferentes medios, hay que ser conscientes que, inevitablemente, nuestras actuaciones, tanto públicas como privadas, van a servir de ejemplo positivo o negativo a las personas con las que interactuamos.

Por lo tanto, son necesarios imperativos de ejemplaridad : "Vive de tal manera que causes un impacto positivo en tu circulo de influencia". "Que tu vida sirva de guía a los demás". "Prioriza aquel comportamiento que si se generaliza suponga un efecto positivo a los que te rodean". Desde nuestra humilde experiencia vital, hay que tratar de ser ejemplares, de ser honestos, de respetar la dignidad de los demás. Es la mejor forma para que nuestros hijos adquieran los valores a los que nosotros damos importancia y que pueden dar un vuelco a esta época sin referentes. Y  para atemperar todo esto, hay que ser conscientes también de que, como sabiamente expresa Javier Gomá: la madurez no es sino un proceso de aprendizaje en el que debemos aceptar la imperfección, primero la del mundo y después la nuestra propia. Ni el mundo es como quisiéramos, ni nos va a dar todo lo que queramos y nosotros tampoco vamos a ser mejores que los demás siempre.

Lejos de la queja sistemática y desencantada, dignificar nuestra época está en nuestra mano: siendo ejemplo de ciudadanos libres, comprometidos consigo mismos y con sus semejantes; siendo personas maduras, padres y madres consecuentes y trabajadores honrados. Siendo en definitiva "humanos" en el sentido de Montaigne: "las vidas más hermosas son las que se sitúan en el modelo común y humano, sin milagro ni extravagancia". Aquí radica en el fondo la verdadera grandeza humana.



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