domingo, 28 de abril de 2013

El sujeto manager: la ascesis del rendimiento






Nuestra época está dominada por la racionalidad liberal: un pensamiento que ve en la acción individual y en el funcionamiento competitivo de los mercados la base de la construcción no sólo económica sino también social. La economía se ha convertido en la gramática universal  y su forma de considerar las cosas se introduce en cualquier ámbito de nuestra vida. Es importante reflexionar que este tipo de forma de pensar necesita de un sujeto que se comporte realmente como una entidad que compite y que debe maximizar sus resultados exponiéndose a riesgos que tiene que afrontar, asumiendo enteramente la responsabilidad ante posibles fracasos. Estamos ante la creación de un individuo manager de sí mismo en forma de gobierno de sí empresarial a modo de como se gestiona una empresa. 


Como exponen los pensadores franceses Christian Laval y Pierre Dardot, la novedad de este nuevo pensamiento neoliberal consiste en producir "sujetos emprendedores" magnificando su papel social y que a su vez reproduzcan, amplíen y refuercen las relaciones de competición entre ellos. La empresa no es una comunidad o un lugar de plenitud sino un espacio de competición. La racionalidad neoliberal empuja al yo a actuar sobre sí mismo y así sobrevivir en la competición. Todas nuestras actividades deben compararse a una producción, una inversión, un cálculo de costes. La economía se convierte en una disciplina personal.

El primer mandamiento sujeto manager de sí mismo es "ayúdate a ti mismo": domina una ética del self-help que debe entregarse sin reservas a su trabajo y en el que cada uno debe aprender a convertirse en un sujeto "activo" y "autónomo" y mediante el despliegue de estrategias de vida incrementar su capital humano y ponerlo en valor en el competitivo mercado laboral. En esta eclosión del hombre-actor de su propia vida, la vida en la empresa es considerada ya en sí misma como una formación, como el lugar donde se adquiere una sabiduría práctica y que legitima como sabios a imitar a los que alcanzan el éxito en ella. Los mismos gestores de la actividad empresarial promueven interesadamente una serie de prácticas, ejercicios y normas que, a modo de la ascesis antigua,  alineen o identifiquen al sujeto con la empresa con el ánimo de conseguir la implicación y dedicación total de los individuos al proyecto empresarial. 

Estamos ante la ascesis moderna del rendimiento: se trabaja sobre uno mismo para rendir más, pero se trabaja para que rinda más la empresa, que es nuestra mayor entidad de referencia actual. Se hace que la norma general de eficacia que se aplica en la empresa en su conjunto se traslade al plano personal de individuo que destina su empeño a incrementar su rendimiento y planteándose solo su bienestar personal y la gratificación personal en función de la eficacia con la que desarrolla sus funciones profesionales. La fuente de eficacia está en el interior de uno mismo y de este modo la auto-exigencia y la auto-culpabilización toman el mando de nuestra vida ya que somos los únicos responsables de lo que nos sucede.

Y la otra novedad del gobierno empresarial de nuestras vidas es el modo de dirección y mecanismo de control que ejercen basado en la responsabilidad individual y el autocontrol mediante la denominada accountability: el individuo debe ser al mismo tiempo responsable de sí mismo, capaz de dar cuenta (accountable) de sus actos ante otros y enteramente calculable. Esta entrada en contabilidad de los individuos los hace no sólo responsables sino contables de su comportamiento a partir de unas escalas confeccionadas a medida para los propietarios empresariales por los servicios de gestión de los Recursos Humanos. Al  aceptar ser juzgado en función de las evaluaciones el sujeto se convierte en sujeto evaluable en todo momento que depende del criterio de un evaluador. El sujeto ya no vale por sus cualidades formativas, humanas o estatutarias de su recorrido laboral y personal sino por su valor de uso directamente medible de su fuerza de trabajo. El objetivo de esta técnica no es la integración sino incrementar la dependencia de la cadena gerencial y la intensificación de los rendimientos que beneficien los objetivos cortoplacistas empresariales.


Esta ascesis al servicio del rendimiento de la empresa, combinada con una evaluación regular de los asalariados dentro de la cadena gerencial, normaliza las conductas arruinando, al mismo tiempo, los compromisos de los sujetos unos con otros. La valorización del trabajo en equipo (teamwork) no tiene nada que ver con la constitución de una solidaridad colectiva: el equipo es estrictamente operativo y actúa sobre los miembros como un mecanismo para realizar los objetivos asignados. La ideología del éxito del individuo “que no le debe nada a nadie”, la del self-help, es destructiva del vínculo social, ya no hay deberes de reciprocidad con los demás: sólo hay que rendir para auto-realizarse. El sujeto que no soporta la competencia es un ser débil, dependiente, de quién se sospecha que “no está a la altura”.

El discurso de la realización de sí, del éxito en la vida, la interiorización de los valores de mercado y el culto del rendimiento conduce a mucha gente a experimentar su insuficiencia, a padecer formas de adicción y depresión y a la exclusión de los que no pueden competir. Cuando la empresa se convierte en una forma de vida puede acarrear a la larga una “fatiga de ser uno mismo”. 

Está en nuestras manos combatir esta ideología perniciosa que se ha impuesto en nuestras empresas: dejando de lado posibles victimismos, el primer paso quizás ya está dado: es la reflexión crítica con todo lo que hacemos. El segundo es adoptar una posición ética personal y moral colectiva como norma de comportamiento: una posible posición es ponerse siempre del lado de los que sufren. El tercero es aplicar a nuestra pequeña escala y posibilidades nuestros valores: el éxito y el rendimiento erigido en único ideal niega el valor de otros como la vocación de servicio o el desarrollo colaborativo y el aprendizaje y  verdadera realización humana dentro del ámbito social y laboral. Con esta obsesión por emprender, vencer y superar nos estamos alejando de los demás y lo más importante, de nosotros mismos. Intentemos darnos pues el tiempo de reflexión para aplicar todos los pasos y valorizar así lo realmente importante en nuestra vida.




domingo, 21 de abril de 2013

El profesionalismo: del control a los valores



Del pensar en cómo debemos actuar en los diferentes ámbitos de nuestra vida es de donde surge muchas veces el cuestionamiento de si debemos continuar haciendo las cosas de la misma forma , sometidos así a los mismos patrones y reglas o simplemente debemos adoptar otra actitud diferente que encaje mejor con nuestro carácter o forma de ver la vida.

En el ámbito laboral existe claramente un posicionamiento muy fuerte en lo que se debe hacer para ser un buen trabajador: las empresas toman sin remilgos el control normativo de lo que es ser un buen profesional ; lo refuerzan y sancionan con reglamentos internos, normas de gobernacia o compromisos de valores firmados.  Ellas mismas aleccionan a sus empleados con su visión, misión y valores que deben interiorizar acríticamente y hacen de esto un mecanismo de evaluación que todos sus trabajadores deben  superar para mantener sus puestos de trabajo y que formalizan  magistralmente a través de los famosos feed-back continuos que dan los superiores como forma de control. Desde el punto de vista ideológico no parece que esto quede muy lejos  de otros adoctrinamientos históricos que tristemente conocemos. Como dice el filósofo Zizek aunque pueda parecer lo contrario, no ha existido una época más ideológica que esta.

Quizás uno de los problemas que tiene la economía actual es que ha pasado de ser una ciencia descriptiva a una prescriptiva abarcando todos los ámbitos de nuestra vida: la economía es una ciencia que avanza desde el conocimiento al control.  La economía ya no es una disciplina para acercarse a la comprensión del mundo sino que toda comprensión del mundo debe hacerse a partir de las claves, los mitos y las doctrinas de la economía. Y se apropia de territorios que han sido siempre ajenos a ellas como el de los valores personales en un intento de dirigirlos hacia los intereses mercantilistas que estas organizaciones defienden para sobrevivir en un mercado tan competitivo.

Apoyadas en dar prioridad absoluta a unos valores que se basan en el interés propio y en una ordinaria y burda autoestima al estilo de la sociedad moral que propugnaba Thatcher, hemos acabado convirtiéndonos en una sociedad codiciosa que ha entrado en una crisis profunda dinamitando las bases para ofrecer  una convivencia y vida digna para todos sus miembros. La creciente desigualdad y exclusión son ahora los motores que nos empujan sin control. 

Y en el ámbito empresarial se ha desdibujado lo que es ser un buen profesional: se ha hecho del profesionalismo una actitud de afirmación: la de obedecer y profesar con las reglas establecidas. Ser profesional ahora en muchas ocasiones no es más que desarrollar una obediencia acrítica y servil  a los estamentos empresariales que nos dan empleo a través de los valores que ellos nos imponen. La economía ha dejado de lado toda intención científica, toda esperanza de generar conocimiento para aumentar el bienestar para todos y se convierte en un instrumento al servicio de gestores que basan sus actuaciones en los resultados a corto plazo y la codicia con los resultados que todos conocemos, convirtiéndose directamente en una doctrina o teología.

¿Cómo debemos pues actuar ante esta situación de crisis moral interna? Volviendo a pensar la vida con referencia a unos valores que nosotros hayamos profundamente pensado, aceptado e interiorizado. Ahora quizás vivimos la vida de forma estratégica en función de nuestra supervivencia, de nuestros intereses, de nuestra comodidad o placer y por eso aceptamos adoctrinamientos y penalizaciones  por parte de organizaciones y personas ajenas a nosotros. Y es que al no pensar la vida  en función a lo que nos importa realmente puede llevarnos a situaciones de desorientación y desconcierto que otros pueden provocar y controlar a su interés.   

Quizás lo que nos importe es estar al servicio del amor, a construir una amistad, a hacernos más abiertos y generosos, a conocer más cosas y que eso nos haga más útiles ante los demás mejorando su vida, fortaleciendo nuestro carácter, haciéndonos más maduros, coherentes e íntegros y vivir así de acuerdo ante unos valores  que primero deben ser nuestros. Ser un buen profesional no sólo de la empresa sino también de la vida quizás sea simplemente algo que afortunadamente esta sólo en nuestras manos.




miércoles, 10 de abril de 2013

Nuestra fuerza interior: el inmanentismo con Edward Hopper


Hay ocasiones en que nos preguntamos que visión debe primar sobre lo que nos ocurre: una visión externa que a modo de causa por la que debemos sacrificarnos dé un sentido exógeno a lo que hacemos o bien una visión interna, que a través de una sentida conciencia interior nos guíe desde dentro en los diferentes cruces de caminos que debemos tomar en nuestra existencia. Lo que en el fondo puede marcar que visión predomine es la coherencia por la que debemos luchar en todo lo que llevamos a cabo.

Siempre nos han lanzado mensajes de que lo realmente importante es ser trascendentes: dedicarse a un objetivo externo a nosotros mismos, ya sean los demás, una causa loable o simplemente conseguir resultados que otros nos marcan o imponen. Esto muchas veces lo hemos llevado a  cabo a costa de nosotros mismos: dejando de lado nuestros gustos o deseos y dedicando poco tiempo a realmente cultivar nuestra propia virtud: nuestras capacidades, nuestro pensamiento y cultura, nuestro carácter en definitiva. Sufrimos un mundo exterior que es absorbente por la propia naturaleza de nuestra acelerada época moderna. La lentitud es una vieja reliquia del pasado que demonizamos con avidez.

Debemos tomar en consideración, para que nos sirva quizás de ayuda, el a veces denostado concepto de inmanentismo: que ve la vida como un todo que actúa con una finalidad interna y que cree que el sujeto encuentra lo "otro" en sí mismo de forma equivalente. La causa de todo y los objetivos a perseguir están dentro de nosotros mismos y no en una instancia superior. La felicidad es inherente a nuestra esencia interior que debemos descubrir en ese cultivo de nosotros mismos que  llamamos virtud y que se manifiesta en nuestro carácter.

El arte y la pintura pueden hacer también que experimentemos esa buscada inmanencia en la que muchas personas son capaces de vivir. El pintor norteamericano Edward Hooper es un maestro a la hora de retratar en sus protagonistas esa expresividad que marca la emoción interiorizada. Hooper realiza una pintura de la absorción interna: las figuras de su pintura se mantienen en su propia densidad de Ser.

Esa absorción interna, ajena a la absorción externa que nuestra época exige, no es un signo de soledad o tristeza: bien al contrario, es la palpación de una gran fuerza interior que se fundamenta en su consistencia de Ser que hace del hecho de estar vivo suficiente motivo. Una fuerte inmanencia existencial donde los personajes están dentro de un diálogo creativo con su mundo, conociéndose a si mismos con una fuerza interior que les da la tan deseada coherencia ordenada que ellos si consiguen.


Y es que  puede ser necesario que aprendamos a pasar de una búsqueda de la felicidad como un sentimiento de bienestar temporal donde el recibir muchas veces egoísta es protagonista a, mediante la cultivada inmanecia de nuestra fuerza interior que nos da el hecho de estar afortunadamente vivos,  llegar a la sensación de plenitud  personal donde todo cobra sentido de forma atemporal sin necesidad de una causa externa que nos venga impuesta.



lunes, 1 de abril de 2013

El Pensamiento Único: el porque de nuestra época


Si nos preguntamos el por qué tenemos que ser productivos, eficaces o trabajar sin descanso para progresar en nuestra carrera profesional posiblemente nos costará dar una respuesta que vaya más allá de ciertas frases hechas. Se dice que vivimos en una época donde lo que prevalece es el pensamiento débil: la verdad absoluta es un impedimento. La verdad puede tener consecuencias autoritarias pues los poseedores de ella se consideran justificados para imponérsela a los demás por lo tanto, se rechaza cualquier sistema construido a base de una ideología fuerte como en el pasado.

Parece entonces que nada nos es impuesto. Pero si lo pensamos detenidamente quizás nunca una época ha sido más ideológica que esta; surge, sutilmente si queremos, el denominado por el profesor Gonçal Mayos Pensamiento Único, como forma en principio desideologizada postmoderna: reduce todo a mero flujo económico de mercancías, capitales e informaciones. A mero trabajo pragmático o a un frío resultado macroeconómico. Banaliza todo pensamiento y cultura. Obvia el pensar reflexivo, crítico y distanciado. Busca identificarse con el gran mito moderno del progreso, la invisible mano del mercado y el fin de la historia. En una especie de nihilismo feliz busca sustituir para siempre la conceptualización por la gestión, el pensamiento teórico-práctico por la pragmática relación de fenómenos; la política y la ética por la logística, la opción reflexionada por el cálculo de costes, los valores por los precios.

Este Pensamiento Único niega todo sentido, cualquier saber o interacción con la realidad que no pase por su gestión-dominio instrumental. Desconecta valores y premisas metafísicas por recetas y mecanismos que no van más allá de la superficie cambiante de los fenómenos. Simula que no hay ninguna imposición, que en apariencia sólo aporta conocimientos técnico-económicos y una terminología en principio neutra pero que a todos nos resulta familiar: productividad, competencia, tecnología o carrera profesional. El lenguaje del mercado esta omnipresente a forma de gramática universal que todo el mundo ya no sólo entiende sino que también procesa inconscientemente.

Los individuos (nosotros) debemos movilizarnos para no perder el tren del progreso y en esa vorágine en que se convierte nuestro acontecer diario renunciamos a un ideal común para todos y dejamos de lado, sólo mirando con temor de reojo, a una verdad que se va imponiendo cada día: una gran parte de la población jamás podrán alcanzar el paraíso consumista que este pensamiento dibuja. Sólo algunos ciudadanos bien formados y cuyos conocimientos no caigan en la obsolescencia podrán acceder al paraíso del consumo. Este pensamiento continua siendo una gran promesa que fascina más que demuestra y cuyo cielo es solo accesible a parte de la población.

Crea una clase en modo de élite internacional de los negocios que repite sus actuaciones en cualquier parte del globo como forma de reproducir su estatus y sin implicarse realmente en los problemas locales. Por otro lado, aparecen las masas populares que al verse excluidas se abocan a un nuevo paganismo virtual para consolarse y distraerse como damnificados de este Pensamiento Único y la Globalización. Esta autodenominada mera gestión técnica y neutra está ahora ya desmontando el Estado del Bienestar y lo único que le amenaza es la paralización del ascensor social que antes le daba fuelle.

A veces los porqués de una época de crisis como la actual vienen explicados por el importante efecto performativo que tienen las palabras e ideas que tienden a realizar lo que ellas formulan a través nuestro, incluso estando inconscientemente dentro de nosotros. El pensamiento nunca puede ser pretendidamente débil: no podemos hacer de la fase actual del capitalismo una nueva religión donde la gente sacrifique su vida y felicidad. Hacernos las preguntas adecuadas puede dar origen a nuevas épocas y eso requiere de nuestro "empoderamiento" en una reflexión pausada y fuerte sobre lo que realmente queremos Ser y construir. Conformamos y damos forma a nuestra experiencia vital a través de las ideas: hagámos que sean realmente nuestras como forma de dar una necesaria mirada humana renovada al mundo que vivimos.