martes, 10 de abril de 2012

Una mente bien ordenada: el conocimiento como virtud moral


Si nos preguntamos por cómo alcanzar la excelencia moral en nuestra época moderna, casi con total seguridad lo asociaremos más a la eficacia en nuestro desarrollo profesional que a una virtud del espíritu humano. Cuantas veces vemos que ciertas prácticas profesionales de éxito no son correspondidas con un comportamiento en lo personal acorde con ese estatus en lo laboral. Ya sabemos que virtudes publicas a veces llevan parejas vicios privados. 

No se trata de hacer moralismo fácil, pero esa falta de exigencia moral en la vida personal y el trato a los demás es quizás uno de los signos más visibles de una modernidad que ha trasladado exclusivamente al éxito profesional la idea antigua de perfección personal a través del cultivo de la virtud. Nos acostumbramos cada vez más a tratar de vivir dignamente nuestra cotidianeidad entre escándalos, abusos y expolios de toda índole.

Mucho de este status quo actual en crisis viene quizás dado por la evolución que al ámbito de la concepción del conocimiento hemos ido dado a través de nuestra historia como seres humanos: de concebir el conocimiento como el cuidado virtuoso de sí mismo, el  saber como medio para mejorarnos y cuidar de nosotros y de los demás, hemos pasado al conocimiento como forma de poder y mero instrumento productivo transformador de objetos que hacen que la riqueza sea vista como una mera acumulación material a todas luces compulsiva.

Y quizás sea ya tiempo de volver a trasladar de nuevo esa excelencia  a la concepción clásica del cultivo personal del conocimiento con el único objetivo de mejorar en nuestras capacidades (nuestro carácter o ethos) para después intentar mejorar a los demás (mediante la política) y tratar de dar así un nuevo giro al tiempo circular de lo humano.

Todo esto no será posible sino  buscamos conscientemente tener una mente bien estructurada como nos decía el pensador Edgar Morin: los grandes desafíos de la enseñanza contemporánea es originar mentes bien ordenadas antes que bien llenas, enseñar la riqueza y la fragilidad de la condición humana, iniciar en la vida, afrontar la incertidumbre, aprender a vivir en esa condición a través de la literatura, la poesía, la filosofía para después cultivar un pensamiento racional, analítico y técnico que permita buscar adecuadamente los medios de subsistencia que como ciudadanos formados debemos también perseguir.

En los tiempos desencantados que corren, debemos volver a comenzar  a pensar que una persona rica o de éxito no es quien acumula meros objetos o posiciones profesionales sino  aquel que tiene experiencias y trabaja pacientemente en el conocimiento para después compartirlo desinteresadamente con los demás. La verdadera excelencia moral radica en esta concepción clásica de la virtud personal basada en el cultivo de uno mismo que no deberíamos quizás  haber abandonado nunca.


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