miércoles, 28 de septiembre de 2011

El mapa y el territorio: la versimilitud en nuestro final de época


Estamos viviendo unos tiempos dónde quizás una de las pocas cosas que podemos hacer aún con cierta lucidez es tratar de dejar constancia con la mayor versimilitud posible del final de época al que cada vez parece más evidente que asistimos aunque sólo sea con la ingenua intención de tratar de no repetir los mismos errores.

Hacer evidente esta deriva contemporánea en la que nos vemos inmersos persiguiendo la verdad  como sólo puede realizarse auténticamente: con obstinación, puede a veces ser etiquetado como simplemente de polémico, únicamente con el objetivo quizás, de desvalorizar y tratar de interesadamente ocultar esa visión alternativa, ya sea como crítica o aún peor, como algo a ser tomado en consideración.

El escritor francés Michel Houellebecq es un maestro no sólo en el arte de narrar sino también en el de dejar fluir por el interior de sus novelas una profundidad y belleza de pensamiento  reflexivo que tiene como objeto todo lo que nos ocurre como seres contemporáneos.

Y  a pesar del evidente tono desasosegado que  se respira en sus novelas esta lucidez crítica nos sirve al menos para comprender y reconfortarnos a través de sus personajes, con nuestras a veces incomprensibles y absudas peripecias vitales que  este final de época tiene a bien en depararnos.

Su última novela  El mapa y el territorio ganadora del premio Goncourt, el más prestigioso premio literario en Francia, es una de esas piezas de relojería narrativa que va calando en nuestra conciencia como la lluvia fina: a través de unos personajes con gran éxito profesional, pero terriblemente solitarios que forman indudablemente parte de ésta, para todos nosotros conocida, postmodernidad que ha hecho del simulacro y el exceso su pirueta estética y que ahora puede resultar mortal.

Es tiempo a lo mejor de preguntarnos sin embudos como se le plantea a Jed Martin, el artista protagonista de la novela, cuanto hemos sacrificado de nosotros mismos en aras de la sacrosanta productividad industrial y profesional.

La vuelta a una vida artesanal, incluso agrícola, sin producción masiva, con la revalorización de las regiones, la lentitud y lo local es una forma plausible, al menos como opción, de aislar y salvar a los países de las intempestivas inclemencias de la economía globalizada moderna.

Y aunque normalmente en nuestra vida cotidiana damos mucha veces más importancia a la representación que a la realidad misma (al mapa que al territorio, a las cotizaciones bursátiles o artísticas que a los bienes en sí), aún estamos a tiempo de, como expone magistralmente Houellebecq en su novela, tomar consciencia de la importancia de la valiosa individualidad de cada Ser Humano como detentor de una representación particular y única del mundo y un destino a realizar.

Este capitalismo desaforado en el que hemos vivido últimamente no es quizás sino un mal  decorado temporal que ahora se derrumba ante nuestra realidad primigenia: esa soledad esencial del Ser Humano que debe vivir con confianza, lucidez y obstinación la búsqueda de su propia verdad individual, como testimonio legítimo e insustituible de una visión  de la realidad de valor aún afortunadamente incalculable para nuestros especuladores postmodernos.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Hacia nuestra consciente expedición interior de subida



Desde antiguo sabemos que en el ser humano hay  de forma natural una permanente ansia de superación, de mejora y desarrollo de nuestras capacidades tomando muchas veces ejemplo de los demás. Es lo que Platón llamaba anábasis que significa subida.

Pero por otro lado, debemos ser conscientes que quizás esta altivez del hombre en su deseo permanente de superarse también encierra una cara dramática que es el dolor de la a veces inevitable caída, como tan bellamente expresa el mito griego de Icaro y su alas de cera fundidas por el sol al tener el arrojo de intentar volar.

Entender como nuestros sabios antepasados griegos, que la vida tiene inevitablemente una dimensión de dolor y que es parte consustancial a la misma, nos hará no sólo más conscientes de nuestra propia realidad, sino más sabiamente responsables de nuestras propias actuaciones y nos permitirá reconciliarnos con nosotros mismos y los demás.

El filósofo alemán Nietzsche nos decía que hay que saber separar entre sentido y valor: para él la vida no tiene ningún sentido pero sí tenía valor por si misma sólo si ésta es vivida aceptando su dimensión trágica. Era lo que denominaba el vivir de forma estética y aristrocrática.

Se trata  en el fondo de no vivir anestesiados por a veces más o menos bienintencionadas corrientes de pensamiento, que utilizan terapias de lenguaje cognitivo-conductuales para casi obligar a pensar siempre en positivo intentando a veces ocultar o desvalorizar esta dimensión trágica que toda existencia inevitablemente tiene.

La vida es placer y dolor y sabemos que no podremos evitar enfretarnos a contratiempos, fracasos y pérdidas. Lo que si tenemos en nuestras manos es la actitud consciente y reflexiva para conformar nuestro carácter y enfrentarnos lúcidamente a esas pérdidas y hacerlas parte consustancial de nosotros.

Y esta concienciación de la dimensión trágica de la vida  no debe no sólo impedirnos desarrollar nuestra humana conditio, sino que además puede darnos fuerza para realizar nuestra propia anábasis: esa expedición interior de subida a la que todos estamos afortunadamente de forma natural llamados como seres humanos.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Reconciliándonos con nosotros mismos: decrecimiento o saber vivir.

¿Cuando consideramos a una persona rica? Con casi total seguridad  responderemos que alguien es rico  cuando posee mucho dinero, patrimonio o abundantes inmuebles. Es decir, por muchas razones asociamos la riqueza con cuestiones exclusivamente materiales.

En nuestro imaginario mental tenemos bien inculcado la necesidad indiscutible del crecimiento, ya sea en resultados, ventas, posesiones y lo asociamos al éxito y al reconocimiento en la vida. De hecho, sintomáticamente lo primero que preguntamos en Occidente para conocer a una persona es de qué trabaja, cúal es su puesto en la cadena productiva que tanto sacralizamos inconscientemente.

Paradójicamente vivimos en un mundo donde desde el punto de vista físico nuestros recursos son limitados. El principio entrópico nos expone que no es posible crecer ilimitadamente dentro de un sistema, como es nuestro planeta, cerrado y que dispone de una cantidad de energía limitada.

La idea ilustrada del poder de la razón y la Fe en el progreso abrió nuestra modernidad y nos ayudó sin duda a alcanzar altas cotas de bienestar material y hedonismo a la carta. Tres siglos después y con una conciencia formada global de los resultados que la modernidad ha tenido, quizás sea ya momento sino de rechazarla, al menos de matizarla sustancialmente.

Porque si el sueño de la razón produce monstruos, la permanente vigilia instrumentalizada y apropiativa nos lleva a la extenuación de nuestro planeta y, sobretodo, a la propia personal.

Dado el actual contexto de crisis económica parece cada vez más probable que la alternativa en muchos países desarrollados Occidentales no sea otra que entre recesión (decrecimiento salvaje) y decrecimiento (cívico). Y aún en estas circunstancias, podemos alejarnos de pánicos muchas veces interesados, para serenamente reflexionar y tomar conciencia de las alternativas que afortunadamente tenemos.

Las teorías del decrecimiento no significan crecimiento negativo sino asumir como criterio regulador de la vida económica las consecuencias de limitación de recursos que el principio físico entrópico claramente expone. Quiere situar la relaciones comunitarias y la felicidad cualitativa por encima del individualismo y las concepciones puramente cuantitativas del mundo propias de la modernidad dominante.

Si nos paramos a pensar sacrificamos muchas cosas en nuestra vida en aras de la sacrosanta productividad. Si de algo puede servirnos esta crisis es para ser más conscientes del la paradoja de la abundancia donde el poseer más no nos hace más felices. Y muchas veces no es necesario hacer cambios radicales de vida, sino modular y enfocar nuestra actual existencia con dosis de reflexión y consciencia.

Es tiempo quizás para volver al slow life: el placer del ocio con los nuestros, el ethos del juego en lugar de la obsesión por el trabajo.A la importancia de la vida social y altruista, la conversación y lo local sobre el consumo ilimitado, a lo relacional, el gusto por la lentitud y el prestar atención a los detalles y los pequeños placeres como la lectura.

Una persona rica puede ser alguien con abundantes experiencias, lecturas o habilidades relacionales y conversacionales. Seguro que nos proporcionará más sentido y ejemplaridad que alguien que simplemente posee muchas cosas materiales temporalmente.

Es en el fondo ir hacia lo razonable sobre lo racional, vivir dentro de nuestras posibilidades sin dramatismos pero con una renovada ilusión . Como dice el filósofo Rafael Argullol al final conocerse a uno mismo es reconciliarse con nosotros mismos. Es hacer de nuestros naufragios y nuestras pérdidas parte constituyente y aceptada de nuestra patria personal.

Como le dijo un pescador: "¿Qué hago si me atrapa un remolino?". "Déjate succionar por él, al llegar al fondo él mismo te impulsará hacia fuera"


martes, 13 de septiembre de 2011

¿Cómo vivir?: veinte años de enseñanza de la ética con Fernando Savater

Una de las preguntas más difíciles, que además tenemos que inevitablemente contestar cada uno de nosotros como personas,  es sin duda: ¿Cómo debemos vivir?: qué orientación debemos dar a nuestra vida y que debemos hacer. Todos ya sabemos que no existen recetas mágicas o sencillas a la hora de buscar respuestas o motivaciones a  nuestras actuaciones y que somos, casi por definición, seres llenos de contradicciones.

Lo que si sabemos es que la formación de un criterio propio a la vez crítico y reflexivo orientado a la acción práctica es condición necesaria para ejercer nuestra libertad vital con autonomía y sentido. Y esta formación requiere sin duda un esfuerzo orientado de estudio y análisis de las distintas propuestas que se nos ofrecen desde diferentes ramas del saber.

Una oferta que a modo de invitación hace la Ética como elemento fundamental de una Filosofía lejana del encorsetamiento academicista y orientada en cambio a los problemas prácticos de nuestra vida diaria.

La ética bien entendida es una invitación reflexiva a la acción y no la imposición de ciertos valores o dogmas. No debe pretender cubrir ciertas carencias sino facilitar la formación libre y consciente de la propia identidad a partir de cada una de las acciones que realizamos.

Es en definitiva una formación del carácter que nuestro sistema educativo debe promover sin reservas ni ambigüedades, como forma de transmitir los valores democráticos de Libertad, Igualdad  y Fraternidad que tanto han costado conseguir. 

Valores que deben sustentar cada una de las actuaciones que como afortunados ciudadanos de una democracia somos libres de realizar y, que lejos de relativismos interesados, tenemos la responsabilidad de ofrecerlos a las próximas generaciones a modo de invitación alegre a la acción.

Se cumplen ahora veinte años del libro y manual de referencia de enseñanza escolar de la ética en español: Ética para Amador del filósofo Fernando Savater. Un libro con vocación divulgativa y de proximidad a los jóvenes pero que transmite sin ambigüedades lo que desde la ética se considera que es necesario para llevar una vida buena. Una excelente oportunidad para revisitar nuestra juventud y lo que nos marcó y configuró como las personas que ahora somos.

La Editorial Ariel para celebrar este aniversario ha organizado un concurso en este nuevo curso escolar para centros educativos de España que podéis consultar en su página web http://www.eticaparaamador.es/ .Una iniciativa que sin duda pretende apoyar la importancia de la ética en la educación de nuestros futuros ciudadanos.

Como sabiamente nos dijo el emperador romano Marco Aurelio en sus Meditaciones: "los hombres han nacido los unos para los otros. Edúcalos o súfrelos".

martes, 6 de septiembre de 2011

Vivir hipotéticamente: afrontando el futuro con confianza

Vivimos ciertamente una época donde cuando se discute sobre el futuro, se habla de él de forma negativa casi automáticamente. Quizás deberíamos comenzar a intentar mirar hacia adelante de manera menos traumática: lejos de un optimismo ingenuo pero con la confianza plena en el abanico de posibilidades que nos da por si misma la extraordinaria experiencia de estar vivos.

Debemos ser asimismo conscientes que nuestra época actual difiere claramente de la histórica modernidad: como nos dijo sabiamente el filósofo Kant los roles de la primera modernidad dependieron en gran medida de la prescripción de reglas determinadas, del juicio determinado. En nuestra postmodernidad es el individuo quién debe buscar las reglas mediante el juicio reflexivo.

Queda abierta pues la ventana a la incertidumbre, al riesgo pero por otro lado también se deja la puerta abierta a la innovación y a mayores grados de libertad que nuestros antepasados, tanto en nuestros roles como en nuestras posibles acciones.

Y también debemos tomar en consideración que muchas veces la reiterada pregunta por el sentido, la interpretación (hermenéutica) o los objetivos finalistas devoran el contenido mismo de la experiencia como bien exponía la fenomenología de Husserl.

Es posible que en ocasiones sea necesario dejar fluir las cosas como son, sin intentar apropiarnos de forma interesada de su esencia o interpretarlas con ofuscados juicios. Vivir simplemente la experiencia: el clásico griego panta rei (todo fluye).

El sociólogo U.Beck en su obra La sociedad del riesgo mundial. En busca de la seguridad perdida nos ofrece las claves para afrontar la época que vivimos: debemos ser conscientes de que hemos dejado atrás (quizás para siempre) la época industrial de las certidumbres, de las grandes ideologías, del inmovilismo social, de la seguridad del trabajo para toda la vida y saber cambiar con la llegada de la incertidumbre y del riesgo.

Mediante el juicio reflexivo y el poder autoformativo que nos da la experiencia de nuestra propia individualidad podemos liberarnos de la compulsión de la identidad o un rol que nos enconserta afrontando los miedos que a todos nos acontecen en algún momento. Y abrirnos a la diferencia constituyente del riesgo, las oportunidades y la innovación con las que la época actual nos desafía a nosotros: los que afortunadamente estamos vivos para intentar llegar a ser lo que queramos Ser.

Como nos dijo Robert Musil  en su magnífica obra El hombre sin atributos debemos vivir hipotéticamente: este lema expresaba el valor y la voluntaria ignorancia en la que cada paso es un riesgo sin experiencia. Lo hermoso y lo único cierto del que mira el mundo por primera vez o de forma nueva es esa excitante sensación de estar predestinado a algo.

¿Cuál es entonces tu hipótesis de futuro?