domingo, 26 de junio de 2011

Paseando por Praga: la belleza del absurdo

Hay ciudades que proporcionan a sus afortunados visitantes, paseos que nos permiten saborear la esencia de alguna de las cuestiones constituyentes de lo humano en sus cadenciales pasos al caminar por ellas.

Son ciudades que mantienen sus calles aún empedradas, sus barrios nuevos y antiguos claramente diferenciados, pero unidos por resistentes puentes llenos de alegorías en forma de figuras, castillos que parecen inexpugnables, construcciones armónicas y cierta obsesión por la medida del tiempo en fascinantes relojes astronómicos. Praga es sin duda una de esas ciudades donde belleza, historia y pensamiento parecen haberse dado armoniosamente la mano.

Muchas veces, no son estas ciudades en sí mismas las que muestran a primera vista la profundidad de su esencia al paseante que deambula sin rumbo, sino que son sus ilustres habitantes los que han sabido capturar y transmitir, no sólo el ambiente de un periodo histórico vivido, sino también la respuesta que como seres humanos han dado a esa inquietud o desasosiego vital que les asaltaba en una ciudad que era tan suya como ahora nuestra.

Kafka estaba sin duda completamente decidido a ser alguien en ese barrio judío de la ciudad de Praga de la que llego procedente de su pueblo. Aunque fue un hombre misterioso, casi emblema del introvertismo, del ser encerrado en sí mismo, pretendió algo realmente imposible: hallar respuestas a todas las preguntas que desde los primeros tiempos han inquietado a la Humanidad.

Y se topó proféticamente con el absurdo y lo inverosímil, algo que en nuestra acelerada época moderna ha alcanzado, desgraciadamente, el grado de devoción en nuestros medios de comunicación y  algunos pensadores y de sensación inquietante en parte de nuestro devenir diario.

En sus obras como La Metamorfosis o El proceso nos encontramos convertidos una mañana en cucaracha rechazada por todos o enjuiciados ante un tribunal sin saber el motivo. Situaciones y mundos construidos por hombres que parecen en principio fantásticos pero que irónicamente pueden ser rigurosamente auténticos, provocando esa angustia vital tan reconocible por el hombre moderno.

Y es que en ocasiones percibimos magistralmente en sus escritos, que el sentido del mundo no es enunciable sino que sólo podemos afortunadamente sentirlo paseando por esas bellas ciudades como Praga con tan ilustres habitantes.

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