domingo, 27 de febrero de 2011

La sociedad del simulacro: el valor de los objetos como alienación individual

La visión de nuestro universo actual es  frío. Hemos pasado en nuestra historia de ver el mundo como algo cálido, seductor, encantado y casi metafísico (como en el fondo lo ven los niños que no comprenden el mundo de sus mayores pero confían en nosotros) a ser sustituido por una serie de éxtasis, de bombardeo de imágenes, información, análisis y valoraciones de un mundo analítico en esencia material y ya para nosotros hombres postmodernos desencantado.

Y se impone a marchas forzadas la ideología de los objetos y el imperio de la novedad como muy bien expuso el sociólogo y pensador francés Jean Baudrillard: un mundo basado en la democratización del consumo y la ética del crédito y la acumulación no productiva de objetos con obsolescencia programada. Nosotros mismos nos encontramos y reconocemos en el glamour de la mercancías (un BMW, un bolso Chanel, un perfume Dior) que trate de diferenciarnos de ese mundo aglomerado en el que vivimos y nos de estatus y reconocimiento ante los demás.

Nuestros deseos y aspiraciones se ven reflejados en la acumulación de objetos y el escaparate de la publicidad conviertiendo a toda la sociedad en un simulacro y espectáculo donde el imperio de la seducción y obsolescencia manipula y determina la vida individual y social transformando el mundo en artificio e ilusión al servicio del imaginario capitalista y de los intereses de la clases dominantes. Baudrillard nos dice sabiamente que la alienación capitalista al contrario de lo que dijo Marx no viene del control de los medios de producción sino del consumo narcisista por puro placer egoísta o para llegar a ser alguien reconocido.

Y el valor de un objeto pasa por varias fases : del valor de uso primitivo, al valor de cambio o mercantil. Y de aquí al valor de signo que tienen las marcas y que hábilmente gestiona el marketing y la publicidad para acabar en una sociedad con valores fractales y multidimensional fuera de la realidad de las cosas que en el fondo crean esta sensación de artifiocisidad y simulacro.

Y ¿qué podemos hacer ante esta constatación? Pues quizás no nos quede más remedio que hacer tabula rasa de todo y volver al ideal del buen salvaje de Rousseau y la vida premoderna sencilla acorde con la naturaleza y los valores de la conservación y el respeto. En el fondo si miramos alrededor y vemos la acumulación de objetos inútiles que poseemos y el esfuerzo que nos cuesta adquirirlos es como para pensarselo. ¿Alguién se apunta?

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